Consecuencias del estrés laboral en la relación de pareja

Debido al ritmo de vida que llevamos, el estrés es uno de los motivos más frecuentes de consulta psicológica. Tal y como he mencionado en publicaciones anteriores, en nuestro día a día nos vemos desbordados de quehaceres como trabajar, cuidar de otros, las tareas del hogar, ir al supermercado, cocinar, estudiar, etc. que nos mantienen estresados y nos dificultan la posibilidad de disfrutar de ratos libres para hacer las cosas que nos gustan.

Sentir estrés consiste en una respuesta adaptativa, pero se puede convertir en un problema cuando se mantiene en el tiempo y se experimenta a altos niveles.

Sin duda, uno de los aspectos que más estrés provoca es el trabajo. Los horarios, la insatisfacción por cómo se nos valora, las relaciones con los compañeros, las rivalidades, los cambios de turno, la exposición a riesgos, la complejidad, la responsabilidad, la sobrecarga, el hecho de no saber conformarse con lo que se tiene, la ambición inagotable, etc.

Nuestro cuerpo reacciona de forma fisiológica ante estos estresores y lo hace aumentando la frecuencia cardiaca, respirando más rápido, nos ponemos tensos y sudamos. Si este estado se mantiene en el tiempo nos sentiremos cansados, lo que nos afectará a nosotros mismos pero también a los que nos rodean.
Cuando esta experiencia es excesiva y prolongada, los recursos que tenemos para afrontarla disminuyen, “se cansan de hacerle frente al problema”, lo que conllevará numerosas consecuencias. Por un lado, se producirán cambios en los hábitos diarios, nos veremos afectados física y psicológicamente, y por tanto, nuestras relaciones también se verán afectadas.

Cuando vivimos estresados, la falta de tiempo, las prisas y la tensión hacen que las probabilidades de realizar conductas no saludables aumenten (fumar, beber alcohol o bebidas energizantes, comer en exceso, el juego); y al mismo tiempo disminuyan las probabilidades de realizar conductas saludables (hacer deporte, dormir las horas requeridas o comer bien). Este tipo de cambios en nuestros hábitos traerá consecuencias negativas para nuestra salud y nuestras relaciones familiares, sociales y laborales.

Por otro lado, el hecho de vivir en un estado de activación constante durante un periodo de tiempo prolongado, puede tener consecuencias fisiológicas y psicosomáticas tales como: problemas cardiovasculares (hipertensión, taquicardia); respiratorios (asma); gastrointestinales (diarrea, estreñimiento); dermatológicos (caída del cabello, sudoración excesiva); musculares (contracturas, tics); sexuales (alteraciones del deseo, impotencia, eyaculación precoz). En definitiva, el organismo se encuentra débil y bajo de defensas, por lo que además tendremos mayor probabilidad de padecer enfermedades infecciosas (gripe) e inmunológicas (cáncer).

Entre las consecuencias psicológicas más comunes tenemos: alteraciones del sueño; dificultad para concentrarse y tomar decisiones; miedo; sensación de falta de control; conductas obsesivo-compulsivas; hipersensibilidad a las críticas; precipitación al actuar; tartamudeo; trastornos de tipo cognitivo (dificultad para concentrarse, olvidos frecuentes, incapacidad para tomar decisiones, irritabilidad); trastornos de ansiedad y depresión; explosiones emocionales y pensamientos autodestructivos.

Resulta obvio que se trata de demasiados factores y muchos de ellos afectan en la pareja, como: el tiempo limitado que disponemos para disfrutar del otro; el cansancio de ambos; el hecho de haber tenido un “mal día” y estar irritables; las explosiones emocionales; los problemas sexuales; las conductas obsesivo-compulsivas o la hipersensibilidad a las críticas etc. Y en otro nivel, las conductas de riesgo como beber o fumar, que añadidas a la escasa comunicación entre los miembros de la pareja, pueden incrementar la distancia entre ellos y entrar en un círculo vicioso del que es complicado salir sin un apoyo externo.

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